Artículo publicado por Vicenç Navarro en la columna “Pensamiento Crítico” en el diario PÚBLICO, y en catalán en la columna “Pensament Crític” en el diario PÚBLIC, 10 de marzo de 2017.


Este artículo analiza la situación política en Catalunya, subrayando que la mayor causa de su gran retraso social no es el famoso expolio de Catalunya por parte de España, sino el gran dominio que las fuerzas políticas próximas al mundo empresarial han tenido sobre las instituciones de la Generalitat de Catalunya, llevando a cabo políticas, en colaboración con las fuerzas conservadoras y liberales a nivel del Estado, que han empobrecido el bienestar y calidad de vida de las clases populares. El artículo termina con una llamada a la unidad de las nuevas izquierdas, que es esencial para poder cambiar la situación.


PARTE I. El mayor problema de Catalunya

El mayor problema que tienen las clases populares (que constituyen la mayoría de la población) de Catalunya es el gran deterioro de su calidad de vida y bienestar. La crisis social en Catalunya es enorme. Y, sin embargo, este tema no centra la atención mediática del país, excepto cuando los partidos independentistas atribuyen tal crisis social a lo que en tono bélico definen como “el expolio de Catalunya por España”.

Los datos, sin embargo, no avalan dicha declaración. Y es fácil de mostrar que la principal causa del subdesarrollo social de Catalunya no es tal supuesto expolio, sino la sensibilidad política de sus gobernantes. En Europa hay una clara relación directa entre los años de gobernanza de un país por parte de partidos enraizados en el mundo del trabajo y el nivel de desarrollo de su Estado del Bienestar. Este ha alcanzado un elevado desarrollo en los países escandinavos como consecuencia de haber sido gobernados durante la mayor parte del tiempo desde la II Guerra Mundial por tal tipo de partidos (solos o en alianza con otras fuerzas políticas), es decir, partidos de izquierdas que han expandido los derechos laborales, sociales y políticos de las clases populares a través de la universalización de tales derechos. Por el contrario, el gran retraso del Estado del Bienestar en los países del sur de Europa ha sido debido al dominio del Estado por parte de fuerzas conservadoras próximas al mundo empresarial. La evidencia que avala esta aseveración es extensa y contundente.

Y ahí está la raíz de que el gasto público social (que incluye el gasto público en los servicios y transferencias públicas del Estado del Bienestar), en Catalunya (y en España) sea de los más bajos de la UE-15 (el grupo de países con semejante nivel de desarrollo económico al de España). Catalunya ha estado gobernada por las derechas desde 1939. Primero por una dictadura fascista y más tarde, desde 1980 (a excepción de los años del tripartito, por una coalición de un partido liberal, CDC, y un partido democratacristiano, UDC. Y esta derecha se ha aliado con la derecha española para defender los intereses del mundo empresarial a costa de los intereses del mundo del trabajo. Repito que ahí está la raíz del problema del subdesarrollo social de Catalunya.

Se ha establecido así una estructura de poder enormemente concentrada, con un Estado caciquil y enormemente corrupto, que se reprodujo a través de políticas de tipo clientelar. Las derechas han sido muy fuertes y las izquierdas muy débiles en Catalunya.

La división de las izquierdas

Una causa de la debilidad de las izquierdas en Catalunya ha sido su división y competitividad para conseguir el apoyo de su base social: las clases populares. El partido mayoritario dentro de las izquierdas durante la mayor parte del periodo democrático ha sido el PSC, que tuvo su poder institucional centrado en el poder municipal. Gobernó en coalición con ICV-EUiA y ERC durante siete años, con los dos tripartitos gobernados por Pasqual Maragall (el primero) y José Montilla (el segundo). Estos gobiernos dejaron su imprimátur en las políticas públicas de la Generalitat, y entre otros efectos cabe destacar un notable incremento del gasto público social. En realidad, el gasto público social creció sustancialmente y se pusieron en marcha reformas mayores, enfrentándose el gobierno tripartito catalán en ocasiones con el gobierno socialista español (cuando, por ejemplo, Zapatero bajó los impuestos, que contó con la oposición de todo el gobierno tripartito). Pero, por desgracia, la respuesta a la crisis del equipo económico del Partido Socialista gobernante en Catalunya fue típicamente liberal, apoyando la reforma laboral de Zapatero (que no fue aprobada por sus socios de ERC e ICV-EUiA, sus dos aliados en el gobierno) y los recortes del gasto público, siguiendo las políticas impuestas por el gobierno PSOE. Ello fue causa de su derrota electoral.

La otra gran fuerza política en las izquierdas fue la alianza de ICV con EUiA. La primera, que había sido la sucesora del PSUC, pronto se transformó en un partido verde (que pertenece a la familia europea verde), y se alió con EUiA, que es la rama catalana de IU de España (perteneciente al grupo de izquierdas en el Parlamento Europeo). Su estancamiento, cuando no descenso, se debió en parte a su excesiva institucionalización, viéndose como parte de las instituciones del establishment, percepción injustificada, pero extendida entre las clases populares.

PARTE II. La necesidad de la unidad de las nuevas izquierdas

Las profundas crisis económicas y financieras, conocidas como la Gran Recesión, que han afectado muy negativamente la calidad de vida y bienestar de las clases populares catalanas, han generado una gran crisis política, con la aparición de movimientos políticos y sociales de protesta y rechazo hacia las políticas públicas impuestas (y digo impuestas pues no estaban en sus ofertas electorales) por los partidos gobernantes de la Generalitat de Catalunya (en alianza con los partidos gobernantes en el Estado español). El incremento tan notable del desempleo, de la precariedad y el descenso de los salarios, así como los grandes recortes del gasto público en los servicios y transferencias del Estado del Bienestar en Catalunya (incluyendo el descenso de la capacidad adquisitiva de las pensiones) han generado un tsunami de movilizaciones, iniciadas por el 15-M, que, como en España, tuvieron un impacto mayor en el panorama político del país. Sus eslóganes “no nos representan” (hay que recordar que el presidente Artur Mas, máxima autoridad del establishment político de Catalunya, tuvo que dejar el Parlament en helicóptero) y “no hay pan para tanto chorizo” (los casos Pujol y Palau de la Música, entre otros, muestran que hace falta también mucho pan para tanto chorizo catalán) han tenido la versión catalana definida por tal eslogan, mostrando que el famoso oasis catalán era un maloliente y putrefacto charco.

El 15-M generó también las mareas blancas y amarillas. La Plataforma de los Afectados por la Hipoteca (PAH) tuvo un enorme impacto, reavivando un movimiento ciudadano vecinal de enormes consecuencias, siendo la más importante la victoria de Barcelona En Comú, liderado por una mujer activista, Ada Colau, que había liderado la PAH (totalmente desconocida por el establishment político, que entró en shock), en las elecciones municipales en Barcelona. Un punto a destacar es que tal nueva fuerza política era ya una coalición de nuevos partidos, como Podem, con otros como ICV y EUiA, que habían sido revitalizados y se sumaron a tal movilización. Posteriormente se creó una alianza semejante que apareció nueva en el Parlament, Catalunya Sí que es Pot. Era lógico y predecible, pues, que estas dinámicas de coalición y aparición de nuevas fuerzas convergieran en un intento de confluencia hacia un mismo espacio político que, respetando la diversidad, se uniera alrededor de un programa y un proyecto auténticamente transformador.

Redefiniendo Catalunya (y España)

El éxito de estas fuerzas se ha basado en interpretar y canalizar el rechazo popular frente a un establishment político-mediático basado en un bipartidismo agotado y deslegitimado, percibido por las clases populares como responsable de las políticas públicas neoliberales (como las reformas laborales que han deteriorado los salarios y la calidad del trabajo, aumentando exponencialmente la precariedad y el paro, o los recortes del gasto púbico social) que fueron aprobadas también con el apoyo de las derechas catalanas, Convergència i Unió. El “no nos representan” y “no hay pan para tanto chorizo” reflejan bien el sentido popular frente a tal establishment bipartidista y sus instrumentos mediáticos.

Y un elemento clave de este movimiento ha sido su compromiso con la redefinición de España, rompiendo con el uninacionalismo jacobino que caracteriza a las derechas españolas, y que alcanzó su máxima expresión durante la dictadura fascista, un uninacionalismo al que se acomodó el PSOE (excepto el PSC), el cual había aceptado durante la clandestinidad, en la lucha contra la dictadura, la plurinacionalidad del Estado español, aprobando la autodeterminación de los distintos pueblos y naciones de España. Este derecho de autodeterminación era el precursor del derecho a decidir el tipo de articulación de cada nación con el conjunto del Estado, incluyendo la secesión. Aquí hay que aclarar que lo que los independentistas intentan ocultar es que soberanismo y derecho a decidir no es lo mismo que independencia. Secesionismo y soberanismo son dos conceptos y realidades distintas, mezcladas y manipuladas por el pensamiento hegemónico independentista en Catalunya. Y uno de los desarrollos más importantes y positivos en España es la aparición de nuevas izquierdas como Podemos, En Comú Podem, En Marea, Compromís y otras que comparten esta visión plurinacional de España, y que apoyan al soberanismo catalán.

La cuestión nacional en Catalunya

Este derecho a decidir ha sido la característica de las izquierdas catalanas, no solo durante la resistencia antifascista, sino después. Refleja un deseo de reconocimiento de Catalunya como nación que apareció en la mayoría de formaciones políticas de carácter mayoritario, siendo el tripartito, bajo la dirección de Pasqual Maragall, el motor de aquella demanda (rompiendo con el acomodamiento del pujolismo con el establishment español, del cual CiU pasó a formar parte), que fue diluida, desapareciendo más tarde, debido a las presiones del PSOE, que había renunciado (como había renunciado a muchos otros principios durante la inmodélica Transición) a la plurinacionalidad del Estado. Fue precisamente la oposición del Estado español (del PP, con la colaboración del PSOE) la que motivó el paso del soberanismo al secesionismo en sectores del movimiento de protesta. Este paso lo lideró ERC, un partido de centroizquierda, que colaboró con el PSC e ICV-EUiA en el tripartito, partido al que el hecho de anteponer siempre la causa nacional a la social lo ha llevado ahora a aliarse con la derecha catalana, que pasó de ser colaboracionista con la derecha española, al independentismo, perdiendo a UDC en el camino.

La hegemonización del movimiento independentista por parte de esta derecha explica, en parte, el escaso apoyo de la clase trabajadora al secesionismo. La CUP, más a la izquierda que ERC, ha intentado movilizar a la clase trabajadora, con escaso éxito debido también a que antepone la secesión a cualquier otro proyecto (como se mostró en su apoyo a los presupuestos de Junts pel Sí). Tal fuerza política tiene un gran potencial para contribuir a la transformación profunda de Catalunya, potencial que está frenado por los supuestos que configuran su estrategia política, tales como creerse que una nueva Catalunya sería una Catalunya gobernada por las izquierdas, ignorando que una nueva Catalunya no puede ser de izquierdas con una transición gobernada por las derechas. Una Catalunya nueva sería más de izquierdas si la clase trabajadora (la base esencial de las izquierdas) la apoyara –lo cual no hace- y la transición se hiciera bajo la hegemonía y el gobierno de las izquierdas, lo cual no es el caso hoy en día, cuando el economista más promovido por los medios públicos de la Generalitat es un ultraliberal, el Sr. Sala i Martín.

PARTE III. La personalidad del nuevo partido

De todo lo dicho se concluye que la personalidad de este nuevo espacio político (Un País en Comú, o cualquier otro nombre que se escoja) se caracteriza por su profundo compromiso social, teniendo como objetivo una profunda transformación de Catalunya, con la intención de conseguir una mayor calidad de vida, bienestar y felicidad de las clases populares, con una ruptura con el establishment político-mediático que ha gobernado en la práctica este país durante la mayor parte del periodo democrático (y en muchos aspectos también durante la dictadura que le precedió). Tal tema y objetivo social es prioritario, puesto que todo lo demás, desde la economía a la cultura, son medios para que las clases populares (clase trabajadora y clases medias que se están “proletarizando” debido a la pérdida de su capacidad adquisitiva y el deterioro de su entorno laboral) sean felices y tengan un elevado bienestar.

La segunda característica de tal espacio político es el reconocimiento de Catalunya como nación con el derecho a decidir como muestra de su soberanía compartida –si así el pueblo catalán lo decidiera- con los otros pueblos y naciones de España, en un Estado plurinacional. El crecimiento de las nuevas izquierdas en España, hermanadas con el nuevo espacio político, favorecería tanto el proyecto social como el nacional en Catalunya.

Para alcanzar estos objetivos se requiere un cambio de la hegemonía política y cultural, rompiendo con el nacionalismo conservador excluyente y asfixiante que hoy existe en Catalunya (y al que algunos sectores de las izquierdas tradicionales se habían supeditado), y exigiendo la recuperación de la historia de Catalunya, claramente tergiversada por las instituciones reproductoras de valores, con un cambio muy profundo en los medios públicos, rompiendo con su escasísima diversidad ideológica, presentando la diversidad real del país.

Condiciones para que ello ocurra

El camino es largo y a veces lento, puesto que a veces, si se quiere ir lejos, hay que andar despacio. Pero no hay tiempo que perder. Y hay que facilitar por todos los medios que se establezca este espacio nuevo que una todas las diferentes sensibilidades, proyecto que está liderando Xavier Domènech con habilidad y compromiso. Quisiera añadir una nota personal que puede tener importancia por su significado político. Conozco a Xavier Domènech desde que ambos trabajamos en el Procés Constituent, del cual fui uno de los fundadores. Tal movimiento era predominantemente un proyecto de cambio social y nacional. No era, como erróneamente se lo ha definido, un movimiento secesionista. Era un movimiento soberanista, lo cual, como he clarificado antes, es diferente. Xavier Domènech mostró siempre un gran compromiso personal, impresionándome siempre por su voluntad de servicio, sin ansias de protagonismo, con una enorme decencia e integridad, y con un claro compromiso con el proyecto transformador mediante la vía democrática. Francamente, no puede haber mejor persona para dirigir este proyecto.

De ahí que, a nivel personal, quisiera dejar por escrito y lo más público posible, que apoyo completamente el liderazgo de Xavier Domènech en este proyecto. Entiendo que en un proyecto de esta envergadura haya ciertas resistencias de no perder poder por parte de los aparatos de los partidos envueltos en las confluencias. Es lógico y natural. Pero mi larga experiencia me muestra que hay momentos como ahora en que los intereses de partido, por muy legítimos que sean, deben ser secundarios para crear un espacio común, que tiene que ser el objetivo prioritario. No puede ser que, en defensa de intereses partidistas, no se alcance la unidad, y los que fueren responsables de que ello ocurriera incurrirían en un error histórico de enormes dimensiones. Sería impensable que este nuevo espacio político naciera sin Podem. Pero sería también un error histórico que Podem no se sumara a tal proyecto, que debe aunar todas las fuerzas comprometidas con un cambio y una ruptura con el Estado de Malestar vigente en Catalunya hoy.



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