Al final fue el Brexit: la mayoría de los británicos se decantó por abandonar la Unión Europea. "La Europa de la competencia y la desigualdad - la peste - alimenta el nacionalismo y división – el cólera", escribía en 2011 Peter Mertens, presidente del PTB, en su libro "¿Cómo se atreven?". Hoy, en una primera reacción, subraya: "No debemos cerrar los ojos. Se necesita otra Europa: con más democracia, más transparencia y más solidaridad, para hacer posible un cambio radical en términos sociales y ecológicos."
Entre la población trabajadora británica, aquellos que votaron por el Brexit están hartos. Hartos del asfixiante dumping social de trabajadores extranjeros mal pagados, un dumping organizado por los empresarios británicos con la ayuda de la Unión Europea. Hartos de que su industria sea destruida y de la desaparición de empleos. Hartos de que su ferrocarril sea destruido por la privatización. Hartos de ver que su servicio sanitario puede sufrir el mismo destino. La política del sálvese quien pueda del primer ministro británico David Cameron - amigo de Bart De Wever -, organiza la destrucción salarial y divide a la gente.
Los partidarios del Brexit instrumentalizaron las aspiraciones sociales de la población. Prometieron el fin del dumping social y 350 millones de libras más para los servicios sanitarios. Aunque en realidad, los líderes de la ultraderecha a favor de Brexit quieren menos derechos sociales, no más. Por eso promueven la división, el nacionalismo y el racismo. Los británicos tuvieron que elegir entre la peste y el cólera, entre una Unión Europea neoliberal y los ultraliberales británicos. Dentro de estos límites, los británicos optaron por aquello que veían como un cambio.
Este referéndum confirma una vez más el enorme abismo existente entre la élite europea y la población. Hace un año, la elite europea escupía sobre los griegos. Mediante un referéndum, los rebeldes griegos exigían el fin del dogma de la austeridad. La élite europea los aplastó. Del mismo modo que impuso el tratado constitucional a los franceses y holandeses tras haberlo rechazado en sendos referéndums en 2005. Charles Michel, François Hollande y Ángela Merkel todavía no lo han comprendido, y pretenden mantener el rumbo. La gran coalición europea de liberales, socialistas y democristianos pide más austeridad aún, más competencia y más dumping social. La orquesta del Titanic Europeo debe continuar tocando mientras el buque hace agudas por todas partes.
Esta Unión Europea no ofrece ninguna alternativa a las políticas antisociales de Cameron. Mientras la población del Reino Unido sufre los salarios bajos y el dumping social, la Comisión Europea ataca el salario mínimo de los camioneros fijado en Francia y Alemania. Mientras la población del Reino Unido critica el pésimo estado de su ferrocarril privatizado, la Unión Europea impone su cuarto paquete de liberalización del transporte ferroviario. Y mientras las multinacionales apenas pagan impuestos, el Comisario Europeo Pierre Moscovici favorece un enfoque "no vinculante" respecto a los paraísos fiscales.
Todos los trabajadores de Europa ven este desarrollo con angustia y con desconfianza. Es necesario un cambio de rumbo. Hay que poner fin a esta Europa de la competencia y la desigualdad, que sólo da la posibilidad de elegir entre más autoritarismo o el regreso de los nacionalismos. En lugar de dumping social, necesitamos un salario mínimo europeo al alza. En lugar de privatizaciones y liberalización, necesitamos más inversión pública en empleo, en infraestructura y en servicios públicos. En lugar de paraísos fiscales, necesitamos un impuesto europeo a los millonarios que haga contribuir a los ultra-ricos. Lo que necesitamos es una Europa de la solidaridad y la cooperación.
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